sábado, 13 de septiembre de 2008

Catorce de febrero.


Tus hijas van a crecer, tu esposa y tú envejecerán.

Yo me convertiré en una mujer, viviré con otros lo que anhelo de ti. Cuando te extrañe demasiado volverás y beberé otra vez de tu vino, de tu sangre.

Tus máquinas se oxidarán y a mí, la lozanía aún estará acompañándome para tenerte al final. Porque estaré amándote como en cada momento de mi voz. En cada momento de tu mirada.

Serás grande y yo estaré a tu lado. Desde el otro lado y te abrazaré desde allí, y te amaré aún más.

Tu casa se enterrará y tendrá grietas, que son como mis venas que se han enredado cual raíces en tu piel; cada día desde que me tocaste me petrifico, para guardarme en ti para cuando vuelvas a darme vida, amor. Tu alma es mía. Es mía porque sí. Tu amor es mío porque no lo resistes.

La pasión que siento y el dolor que hay en ella no sé expresarla más que en estas palabras. Si antes hubo un García Márquez que amó y no fue suficiente, no contuvo y no fue amado, y tuvo el veneno que enloquece la cordura de las mentes, que afiebra los sueños y atormenta los días, que te hace escribir, escribir porque no puedo tenerte, hoy yo sé que es ser una bestia que sólo vive de ti.

Tus hijas van a crecer, tu esposa y tú envejecerán, y yo… seguiré amándote.

Seguiré amándote como hoy. Y lo diré al final, cuando tu vida esté en descenso y la mía quiera irse con ella.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Carta de como que.

Me pasa que
ay, que no quiero hacer nada.
Y que
no haber estado en tantos días como que me hace extrañarte más de lo normal, que
normalmente es mucho.
Y
me pasa que quiero pasar TODO el tiempo contigo. Porque hueles tan rico, porque hablas tan dulce y gracioso :D, porque
besas de una forma que me conmueve, que me traspasa y me apasiona, y me llena la pancita de cositas: como maripositas. Es rico.
También me pasa que soy como
ADICTA a ti. Y que eso me hace necesitarte así como
a cada rato. Y como que pienso en demasiadas cosas contigo y en ti.
Como que tengo el recuerdo… (ay, como que podrías avisar cuando te vas a aparecer asíderepentemente porque me desconcentras ¬¬) como te decía:
Como que tengo el recuerdo nítido de todas las cosas que han alimentado y escrito esta historia y como que
las necesito nuevamente, en realidad, SIEMPRE.
Y es que ya casi me siento inútil sin ti. Sabiendo que estaré sin ti. Pasa que no me acostumbro, no, no puedo acostumbrarme a asumir que ya no eres más mío.
Pero también pasa que lo eres, entonces no me acostumbro y ya.
Siento además, como que estoy loca:
siento la demencia en mi sangre, en mi mente; no es posible que todo pero todo diga relación contigo, no,
no puede ser que estés en todo, debo de estar loca, loca por ti.

Últimamente como que, siento muchos miedos a causa de tu ausencia. Pienso que me has olvidado y que ya eres, nuevamente
feliz con ella. Y aunque eso estaría políticamente bien, para mí sería morir.
Como que te me estás haciendo tan magno que tan poquito de ti, no me satisface. Y todo nunca sería suficiente.
Yo te quiero más. Como que fueras mucho más de lo que soy y de todo lo que tengo y podría tener: un hogar perfecto, una pareja exacta, un futuro brillante y una vida promisoria. Como el mundo a mis pies incluso, y todo lo que querría es estar a los tuyos, de rodillas a tus pies.
Como que estoy a punto de venderle mi alma al diablo, sabes, como que hallo que es la única solución. Aunque me convirtiera en una hormiga que da vueltas en tu azúcar, o en la azúcar misma que se disuelve en tu café, para mí serías como ahora, pero mío. O como que mío. Si mi muerte se tratara de morir en tu boca, como que desearía morir ya. Preferiría morir así, que como ahora, que siento que muero sin gloria por no tenerte. Por no poder amarte.
Cómo has venido a significar en mi vida, amor.
Eres tan grande y magnífico. Eres tan perfecto, nunca creí en lo perfecto hasta que te vi. Nunca creí en la pasión hasta que te besé. No creo en el amor, más que por ti.
Cómo has venido a significar en mí, que nada tiene sentido si no apareces de alguna extraña forma ahí;
que en mi desesperación por gritarte lo que siento, sólo puedo llorar porque como que no sé si ese día llegará.
Perdóname si te amo así, es que aún no te lo digo. Y como que me siento alucinada porque es maravilloso todo lo que me llevas a crear.
Yo que insignificante, me sorprende lo que hace tu amor. Y como que me detengo aquí porque si no lo grito, muero, amor.

sábado, 21 de junio de 2008

De asuntos precipitados

Yo no sé, pero quizás mi problema es que estoy cada día más tonta. Bastó que el muchachito me dijera: me gustas caleta. Así, en fuente estándar, tamaño 12, color negro, en cursiva. Que te ríes mucho y que eres muy linda y que te tuve todo el día en la cabeza, pero esto apenas a unas ocho o nueve horas de haber hablado por primera vez. Yo no sé, toda la vida he estado acostumbrada a que los primeros contactos con el otro estén poblados de secreteos y coquetería, pero casi siempre esas cosas están más cargadas de mi lado, o cuando se equiparan es un juego en el que pesa más el secreteo y las miraditas, y esto de poner todas las cartas sobre la mesa así de rápido me tomó mucho más de sorpresa de lo que yo pensaba. Pero acaso el chico fuera en realidad un buen chico y estaría bueno darle la oportunidad, qué se yo, y por eso dos días más tarde pasan cinco minutos en una micro con él sufriendo por tener alguna ocurrencia que decirme, y yo tratando de no sufrir por el dolor de mis zapatos de taco nuevos, y con algo de pena me doy cuenta de que él no puede sacarme los ojos de encima y yo podría, perfectamente, vivir sin él. Esa mañana me río menos y estoy segura de que él lo nota, pero no dice nada. No dice nada porque no sabe cómo hablarme y yo me sonrío un poco por dentro pero porque, por primera vez, hay alguien tan insistentemente embelesado conmigo y a mí no me provoca nada. Yo no sé, quizás es que en verdad estoy más tonta y no aprovecho, como me dice mi mejor amigo por otra ventanita en fuente estándar: el problema es que yo sé lo que se siente estar al otro lado, y ese daño no quiero hacérselo así de conscientemente a nadie.

Está el consuelo, para mí al menos, de que soy menos ignorable de lo que yo pensé. Aunque sea para un chico de veinte que tiene cojones suficientes para mirarme en todo el viaje de la micro, pero que le faltan muchos otros para ser él el que iniciara nuestra incómoda conversación.

miércoles, 18 de junio de 2008

El problema.

Cuando en esa oportunidad me sonreí y lo conduje segura a una oficina oscura y tibia sentí miedo. Me gustaba demasiado su olor y sus manos. Frente a mí, alto, impaciente e incapaz. Más hermoso y desgraciado que nunca: siéntate que no te alcanzo.
Titubear era su placer culpable. Una fiera al fin lo tumbó en la silla y se embistió contra él. La humedad de sus besos, la intensidad de sus abrazos, sus manos, sus hermosas manos recorriendo con fuerza mis caderas y espalda. Una de las primeras veces en que sentí que no por ser mujer no tenía derecho a calentarme con alguien, y desearlo porque sí. Claro que Dios para el Día del Juicio me va a señalar y juzgar, porque claro determinó en los mandamientos, no desearás a la mujer de tu prójimo. Y bueno, yo no deseaba a la mujer de mi prójimo, pero sí a mi prójimo. Mientras mi sangre ardía y mis contoneos pedían que no se detuviera se paseó en mi cabeza la silueta de una mujer rellena y desaliñada, que esperaba a alguien, que cuando llegaba lo recibía con un beso y ese beso se convertía en una caricia, en una encerrona contra la pared, en una tocá de pierna y terminaban revolcados en una cama, mientras entre susurros el tipo decía Fer.
Me agité y me separé, tomé mis cosas y dije vamos. Yo no quería a ese hombre, lo deseaba. Aquí es cuando irrumpe brillante en mi vida la hermosa palabra infidelidad. Pero tan joven no podía ser infiel, la infidelidad es una palabra que usan los adultos, la gente que tiene casa, guaguas y sexo con alguien que no es su cónyuge. Yo no. Y nunca tuve con él; durante dos años jugamos, mentimos y nos mentimos, nació una guagua y yo besé un par de bocas, hubo distancias y acercamientos, dudas y certezas, mensajes de texto de madrugada, meils, invitaciones, conversaciones, discusiones, chocolates, más meils, hasta que descubrí que tenía frente a mí al hombre que siempre había querido, así tal cual, con todos esos defectos y las virtudes que lo acompañaban y para mi horrorosa suerte, estaba casado.
Un día se enteró que yo ya no estaba dispuesta a contemplar su vida en silencio y desperdiciar la mía por la imposibilidad de concretar nuestros deseos, y que estaba queriendo a otro. Y creyó que yo ya no lo amaba más y junto con terminar el juego se replanteó su vida. Asfixiada de egoísmo y desvergüenza no quería dejarlo, pero dijo, Fernanda, tengo una familia y la estoy perdiendo. Miro a mis hijas y lloro, en mi casa se han dado cuenta que estoy distante, lejano, que no quiero que me hablen, que quiero estar solo. Mientras haya un hilo de esperanza, yo voy a pelear por eso.
Y ahí está frente a mí, en una plaza llena de voces, el hombre de mis sueños diciéndome que me quiere y que por eso me deja, y porque él ya armó su vida y yo tengo que armarla con alguien que no esté en sus condiciones, y yo le digo que una no escoge de quién enamorarse y que no quiero perderlo. El problema no fue hallarlo, el problema es olvidarlo.

martes, 17 de junio de 2008

De la religiosidad y la moda

Esa vez, la primera que nos vimos después de mucho tiempo, llevaba puesto un vestido verde a rayas. Lo había comprado el día anterior en una tienda de ropa usada, al encontrarlo lo más bonito y triste que nunca había visto en una caja con olor a abuelo. Caminamos un par de cuadras en línea recta y, cuando llegamos a la Recoleta, tiré de tu manga para que dobláramos por una calle, sin obtener mayores resultados. No. Por qué no. No sé, podrían asaltarnos o peor. ¡Bah! No va a pasarnos nada, vamos. Créeme, no. Te propuse que cada quién siguiera por su lado y nos juntáramos frente a la vitrina del almacén de los sombreros que estaba a tres calles, ante lo cual te estiraste todo lo largo que eres y me miraste poco convencido. No supe si querías saber que efectivamente no iría contigo o, muy por el contrario, sólo querías mostrarme que si iba por esa calle nada te haría seguirme. La cosa es que aceptaste, seguiste siempre en línea recta por en frente de la iglesia y yo me quedé mirándote: te vi espantar unas palomas con la punta del pie. Después, en vez de seguir por mi camino, me detuve en el umbral de una puerta y esperé un buen rato, enmarcada como una virgencita en una estampa, imaginándome lo impaciente que estarías. Estarías enojado, de seguro, y los caros sombreros te molestarían más y más conmigo. Cuando te vi venir corriendo pensé que me dirías las cosas más nefastas por estar en esa puerta jugando como una niña cuando tú sentías ese inexplicable miedo a los ladrones. Sin embargo no dijiste nada. Te quedaste viéndome como si me hubieras bajado de un globo y yo, como pude, me enrollé con brazos y piernas, porque no todos los días alguien volvía por mí al umbral de una casa extraña. Fue lo más extraño reconocerme de esa manera, como una trampa, después de tantos meses. Aproveché de enrollarme, con dedos y pelos, a tu cuello lleno de borlas por detrás de las orejas. Las tenías tan heladas que tuve que quitarlas de la boca y taparlas con jirones del vestido verde de líneas blancas, y apretar fuerte mis manos para que nada se me fuera a escapar otra vez entre las arrugas de la tela y tu cabeza.