martes, 22 de abril de 2008

Fragmentos para dominar el (un) deseo

Pr.

Éramos
dos personas que desgarrábamos con la mirada
y las bocas
nos ardían como tazas de té en verano
esperando,
sin nada que pudiéramos hacer.

La noche estaba quieta
y en ella
las heridas de un hombre son la mirada de otro
invisibles todos
en la capacidad destripadora y caritativa
que tiene la oscuridad entre nosotros.



I.

Respirar muy hondo.
Aspirar con fuerza, profundo,
como si el aire lo inflara a uno como un bombín.
Como si con aire
se quitara la presión del esófago
y los calambres.
Como convirtiendo a tus intestinos
en espadas de globo
hechas por payasos invisibles.



IV.

Dibujar un círculo
sobre una hoja de papel
una, diez,
treinta y tres veces hasta rajar dicho papel.
Hasta hacer un hoyo
que atraviese todo el papel del cuaderno en el que anotas.
Hasta rasguñar con la punta del lápiz
la mesa en donde escribes.
Roer, desgarrar,
desarmar: destruir.
Sólo entonces
oír con detención el ruido que araña a la madera
y abraza a los oídos por dentro.



VII.

Meter la cabeza
a un balde de agua o,
en su defecto,
y únicamente si no tuviera esto a mano,
en una cassatta de helado de piña
San Francisco
de 5.5 litros, es decir
5500 centímetros cúbicos.
Ir así, en el estado
entre la excitación y la muerte inminente,
a dormir bajo un árbol tropical.
(esperar)
Cantar el Amor tucán.
Divertirse en el espacio donde está esa sombra
que constantemente se hace más sombra.



IX.

The Very Large Telescope o
Telescopio muy grande, VLT,
se encuentra en el Observatorio Paranal.
Consiste en un sistema
de cuatro telescopios ópticos
separados,
y cada uno de estos cuatro instrumentos principales
es un telescopio reflector
con un espejo de 8,2 metros.
El proyecto VLT
forma parte del European Southern Observatory,
ESO,
la mayor organización astronómica
de Europa.
Leer eso,
sobre eso,
repetidas veces durante el día.
Extiéndase sobre el piso y lea,
primero de espaldas,
luego de guatita,
de espaldas una vez más
y así sucesivamente.

domingo, 20 de abril de 2008

Eso de no saber

Siendo bien honesta, lo que pasó es que yo me salté una etapa. Yo ya no era tan chica y más seguido de lo que yo hubiera elegido me empezaba a bajar sutilmente la envidia, cuando las otras niñas hablaban de los besitos escondidos que se daban por los rincones. Eran esos tiempos en que besarse a los trece o catorce años todavía tenía algo de sorprendente. Y la envidia me bajaba sutilmente porque, entre todas, era yo la que tenía todavía eso pendiente. No en el sentido de besarse en público, sino de besarse en general. Nunca tuve recuerdos de esas cosas, aunque mi mamá dice que de chica había un niño que a veces me daba besos (y otras veces me golpeaba: el eco del orden social de media clase, de esa realidad femicida que todavía era un secreto en los noventa). La verdad de todo es que tuvieron que pasar los días hasta una madrugada de octubre a mis diecisiete años para que se me terminara la envidia de esas niñitas.
Lo que pasó es que yo me salté una etapa. Me salté esa etapa de transición en que apenas rozarle los labios a un chico era suficiente para dejarla a una sonriendo todo el día. Me salté la etapa en que besar era tan importante que con eso solamente ya se podía decir que existía una relación entre tú y ese otro. Cuando por fin ocurrió fue en un living demasiado iluminado para mi gusto, con un tipo de veinticuatro que se debatía entre tocarme por todas partes y dejarme a mí ser la que acercara finalmente mis labios a los suyos. Fue difícil, especialmente por eso de ser tan terriblemente ingenua, tan vieja y jamás besada, especialmente por estar en los brazos de uno que levanta miradas por todas partes y que tenía vestigios por todas partes de una tremenda, espantosa experiencia. Como cuando me dijo que la niña más joven con la que había andado era apenas un poco más vieja que yo. Fue difícil, pero en algún momento se pasó el miedo: y fue sólo entonces en que me salté la etapa, porque lo de jugar al cíclope fue de inmediato aprender a usar la lengua como no me hubiera imaginado nunca, porque fue inmediatamente arquear la espalda para besarlo sentada, él de rodillas, para besarlo sobre sus piernas, bajo él en un sillón, sobre él y tratando de que no rozara con sus dedos aquel que yo sabía que era mi punto débil, dejando de besarlo por un momento cuando me abrazaba tan fuerte mientras estábamos enredados sobre esa cama, y por todas partes se me escapaba eso que yo llamaba inocencia y también aquello otro de ser correcta y mesurada. Fue, en cierto modo, perder irremediablemente el control.
La última ingenuidad que me arrancaron fue aquella de besar con grandes sentimientos, un poco a la fuerza cuando un par de días después de esa madrugada él me dijo que no quería nada más, definitivamente arrancada cuando, un año y cinco meses después, se apoderaron de mí unos deseos espantosos de tocar y besar y saborear sin más, simplemente por el placer de hacerlo. Y a veces me acuerdo de ese que me hizo saltarme etapas, por la simple razón de querer averiguar si ahora que estamos los dos más grandes sería tan capaz de aguantarme a mí que lo detuviera justo cuando empezábamos a movernos más lento, más profundo, todo porque tenía yo aún algo de miedo. Me baja la curiosidad de saber si alguna vez volverá a apretarme tan fuerte que me den escalofríos por todas partes, porque eran esos abrazos los que me convencían de dejarlo hacer, de no parar. Pero el miedo entonces fue más fuerte. Ahora ya no estoy más segura. Me quedo con el sentimiento delicioso de sentirme tan mujer, una vez más, y con las palabras de una entrañable amiga que, a la mañana siguiente, me dijo: "cuando hacen eso es porque están enfermos de calientes".

viernes, 18 de abril de 2008

El Español


yo al español lo conocí en la puerta de alcalá. bueno, en verdad lo conocí a través de ventanitas naranjas una vez, pero eso es lo de menos, porque pude verlo y tocarlo y decirle holacómoestái en frente de la puerta, no antes, y por computador no hay más que flujos sin fundamentos. luego de habernos hablado y jurado por correo amor eterno, mi mamá decidió llevarme a madrid el año antepasado. se suponía que yo no iba a ir porque no teníamos cómo pagarlo, pero de pronto se vino a mi cabeza el dinero que mi abuela me había depositado desde que nací para la universidad o para cualquier cosa que necesitara en mi vida y con eso viajé en junio del 2006. sé que mi abuela me entendió porque era, a esas alturas, una necesidad para mi concretar las llamadas telefónicas internacionales. tuve el peor vuelo de la vida, por no decir menos. es que siempre he tenido problemas en los oídos y me duele tanto el aterrizaje. siento como si fuese a estallarme algo por dentro o a florecerme el tímpano izquierdo. en fin, cuando llegué a barajas llamé al español y le dije "español, ya estoy en madrid" y sentí cómo sonreía del otro lado del teléfono (siento que podía percibir su comisura derecha golpeando contra el auricular) y me dijo con ese tono que solo puede tener un español: "venga, qué alegría tenerte tan cerca!". después de varios días de recorrer la ciudad con mi mamá, de ir a toledo y al escorial, por fin el español me llamó al hotel para decirme que tenía tiempo pues había terminado todos sus exámenes. genial, pensé. por fin me lo voy a poder comer. sí, es que olvidé mencionar una característica importante: qué español más guapo. metro ochenta y siete, ojos azules, rubio, sonrisa pep, voz ORGÁSMICA. con esto último se volvía profundamente comible. sin embargo, cuando nos juntamos en la puerta de alcalá, el primer pensamiento que se me vino a la cabeza no fue precisamente un "bien, por fin perderé mi virginidad", sino más bien un “que me van a salir lindos los críos!”. bueno, como es de esperar, mi mamá me fue a dejar al punto de encuentro (que no se les olvide que soy una niña!), por lo que claramente el español no me agarró ahí mismo y fue sumamente cortés y como el resto de los españoles. mi mamá lo amó y eso que es bien difícil que mi mamá ame a alguien. me explico, mi mamá no puede ver a Él. Él no puede entrar a la casa, considera que es una mala influencia para mi y que solo me quiere para cosas de grandes. pero ya, Él en esta historia no tiene mucho que decir, pues estaba contando mi primer encuentro con el español y Él todavía no existía cuando esto sucedió. mi mamá lo saludó y se fue. entonces el español me abrazó y me dijo que quería que lo acompañara a comprarse un bañador y que después podíamos ir al parque del retiro. fuimos al corté inglés y compramos lo que necesitaba; salimos de ahí y, al atravesar la calle, paf, me tomó la mano y no me la soltó más. yo creo que en ese momento me hice agua como amelie cuando nino le pregunta si conoce a la niña de la foto, que era ella misma. caminamos y tomamos el metro. nos bajamos en retiro y llegamos al parque. estuvimos mucho rato dando vueltas, me compró un globo enorme, nos tiramos al pastito y me dio un beso en la mejilla (y que me parta un rayo si fue en otro lado; cuál es el afán de los besos a medias?). me mostró donde quedaba su casa y luego me fue a dejar al hotel. en la puerta me dijo que todo había sido increíble y por fin me dio un beso. estuvimos por lo menos una media hora en la puerta, yo creo. se notaba que nunca había dado un beso, pero aprendió en dos segundos y yo me sentía tan espectacularmente seca por estarle enseñando a un español tan ORGÁSMICO cómo jugar al cíclope. al otro día me llamó y me dijo que el de ese día había sido su primer beso y que le había encantado. luego salimos, fuimos a bailar y el resto lo hizo madrid. me fui a sevilla por un par de días y, cuando volví, me fue a buscar al hotel. volvimos a lo de las lenguas. a los días después me invitó por fin a conocer su casa por dentro (y vaya qué adentro!) y bueno, claramente no hubo tiempo para conversar mucho: cuando abrió la puerta de su departamento, puso su mano entre mi cuello y mandíbula, el pulgar y el índice estaban ahora separados por la oreja, a su sillón luego y a su pieza después. no sé bien cómo llegamos a su pieza (bueno, en verdad sí sé cómo, pero me gusta contarlo de esa forma); solo recuerdo que mientras caminábamos medio desorbitados y con las manos por no sé dónde, mi vestido quedaba en el pasillo, los pantalones del español en la puerta, su cinturón entremedio de las sábanas. sí, estábamos en ropa interior y luego no y él jamás en su vida había visto un par de esas aparte de las de su mamá al nacer. debo reconocer que yo tampoco había visto mucho, pero me las di de que sí sabía. creo que hace tiempo no veía tantos cíclopes juntos, nos mordimos más de la cuenta (y dolía a veces) y yo creo que si había 30 grados afuera era agradable, porque dentro de esa cama no había menos de 40. nos movíamos de aquí para allá, de arriba hacia abajo, que sí, que no, que vamos, que NO TENGO CONDÓN. hasta ahí llegó toda mi fantasía sexual. me vestí y a los días me vine a bailar cueca. con el español no hablamos casi por un año y yo pensé que me iba a morir, porque parecía que me había enamorado un poco. bueno, no sé si enamorado, pero me daba rabia la no concretación. un día me escribió un meil pidiéndome perdón por no hablarme y contándome que se había alejado porque se había enamorado de mi, entonces le dolía que yo estuviera tan lejos. igual lo entendí, a veces los hombres son más aterrizados que nosotras. le respondí y así fue como volvimos a conversar y, a exactamente tres meses de mi próximo viaje a europa, puedo confesar que voy a madrid y que el español me juró que esta vez sí pasaríamos a “mejor vida”.

sábado, 12 de abril de 2008

Para siempre tuya

Pensé que me engañabas con el astrónomo: estaba esa frase y estaba también una de esas cosas que escribe la gente para hacerla imaginar a una la cara del otro cuando no se lo puede ver, una cara de risa en este caso. Pero era una cara de risa que me dejó pensando, no sólo por el hecho de, quizás, llegar a engañar, sino por el hecho de que se le pasara a él por la mente que yo alguna vez lo engañaría: como si, implícitamente, en esa frase estuviera la esperanza de que yo le perteneciera a él, como si en esa frase estuviera el reconocimiento de esos ojos hambrientos que me ponía encima a veces. La última vez que me miró así lo hizo a hurtadillas, en esos dos segundos en que desvió la atención del tipo a quien estaba atendiendo y me miró con esos ojos que parecían estar constantemente al sol, y por dentro me asusté un poco, pero lo más que me pasó es que se me vino otra vez a la mente ese primer o segundo sábado de otoño en que lo único que quería era que se terminara de lanzar encima de mí y que quitara la mano de mi cintura para que me explorara por todas partes. Entonces yo todavía pensaba que tendríamos otras oportunidades, y en honor a esas oportunidades y a la maravillosa sensación, descubierta esa tarde de otoño, de que nunca jamás habría otro que me provocara las mismas cosas, al menos mientras supiera yo que esa mirada de hambre que le descubría a veces era sólo mía, exclusivamente mía, le susurré mentalmente que no, que jamás. Y entonces me sentía hermosa y querida, pero además me sentía tan orgullosa que, entre risas, le contesté el mensaje de texto diciendo que qué se creía, que nosotros no teníamos nada. Y nunca tuvimos nada: eso lo aprendí menos de una semana después.

viernes, 11 de abril de 2008

Lo que está quedando

Lo que pasa con lo que va quedando atrás es tan simple como la mera consecuencia del olvido, ese espacio en blanco que se cubre con un tejido de recuerdos sobreestimados a lo lindo, con historias que alguna vez tuvieron una pizca de realidad, pero que ahora no son más que una completa ficción. Lo mismo pasa con los que se van quedando atrás, todos los posibles, imposibles, todo lo que fue y no fue, ya no será más (¿alguna vez fue realmente?), todas las amistades, amores, cuasis, etc. se acumulan en ese espacio cada vez más angosto, estrecho y oscuro denominado memoria. Pero no es esta la volada que quería escribir. Quería, tal vez ingenuamente, sentarme a pensar en qué es lo que se ha ido con el tiempo, pensar en qué es lo que se ha mantenido siempre, pensar en qué ha cambiado todo lo que conozco, sé y pienso, pensar y solo pensar en el origen de esas caricias que me transportan de este lugar, en este preciso instante. En todo eso que siento por dentro cuando me miras a los ojos, y con un destello casi infantil te acercas a mí para permanecer, para estar, para sentirnos mutuamente, para llenar mi día. Porque es cierto, a fin de cuentas lo que importa es lo que va quedado atrás, es esa satisfacción que siento cuando, a pesar de haber tenido un día de discusiones estúpidas, puedo decir con confianza que lo único que necesito es tenerte, cuando los errores desaparecen como por arte de magia y solo quedan las sonrisas grabadas en mi memoria. ¿Es esto una ficción? No pretendo meterme en teorías a esta hora, solo quiero pensar sentir y saber que mi recuerdo, mi presente y mi futuro, es tan real como todo lo que ha sucedido y sigue sucediendo desde hace unos cuantos meses. Borrar la idea de sonrisas para guardarlo todo, sin perder detalle alguno, en un afán tan posmoderno que me asusta incluso que hayan salido de mi mente estas ideas; al final todo es una construcción sublime, que intenta desesperadamente no convertirse en una invención, que intenta que todo esto se mantenga en el tiempo.

Falso Él

la verdad es que me cuesta un poco empezar, porque es un tanto complicado para mi hablar desde la realidad y no caer en la tentación de lo ficcional y en las tribulaciones del espacio-tiempo. no sé si empezar desde el principio, el final o hablar ab eternum, pero tal vez sería bueno decir que cuando Él llegó no era precisamente el momento en que debía hacerlo. sí, llegó como esas cosas imprevistas que más que traerte alegrías generan confusiones. la verdad es que Él siempre estuvo, solo que yo no lo veía tanto. solo escuchaba sus comentarios que venían desde el fondo y claro, los comentarios entre los pasillos sobre su dudosa sexualidad. a veces sentía que Él era como de esas viejas aristócratas con las que podías hablar del dolor de cabeza, de los secretos para conservarte bien hasta los ochenta, de la última colección de zapatos traídos directamente de madrid, pero también lo creía un olor que se me inscribía entre cuello y vientre. ya no sé bien cómo pasó todo, pero después de haberme declarado en una cafetería sin esperanzas que cocinaba derrotas y falsedades, llegaron las vacaciones y entonces todo. no vi nada de eso ni a Él en un mes. no tuve contacto con lo de la cafetería en julio. Él aparecía cada noche en una ventanita de color naranjo. ya ni me acuerdo cómo es que me conseguí el meil y ese dato es más bien poco relevante, porque lo que verdaderamente importa es que desde agosto las cosas dieron una vuelta de tuerca drástica y ya los recuerdos de cafeterías habían vuelto renovados. no sé si me explico, pero tal vez no necesite explicarse tanto, es cosa de verme. pero no quiero hablar del presente, mejor sigamos en el pasado, que aún queda. con Él había un vínculo extraño; no nos vimos durante las lluvias, pero qué perfecto era Él para compartirla. es que no sé si lo mencioné antes, pero en ese entonces Él tenía pinta de franchute, pero con cariño. sí, todavía la tiene, pero ya no quiero llamarlo franchute, sino más bien atribuirle el nombre que llevaría la milésima parte de una masa letrada que pulula entre los pilares con abrigos largos y boinas lujuriosas (también con cariño). entonces es imposible no imaginarte cara a cara con las paredes, pensar en poner tus labios en un botón cualquiera y sacarlo con los dientes hasta llegar. para qué explicitar a dónde, dejémoslo en solo llegar. me estoy desviando del tema, pero es que no quiero cabos sueltos como en los textos de lotman. hablaba de que ahora había un vínculo y de pronto los botones de plástico se volvieron de colores y suaves y ya no hacía tanto frío, ya los botones de mi blusa se iban soltando un poco. y cuando digo esto es porque de un momento a otro las cafeterías no funcionaban como antes y, sin embargo, había algo que se me estaba desbordando en el pecho, por eso lo de los botones. yo le atribuyo esto a Él y no es que se haya encargado directamente de los botones. Él es muy creyente. Él no es capaz de desatar ni sus zapatos ni sus temores. tampoco sus deseos, pero esto lo descubrí después. en el fondo, lo que quiero decir es que ahora tenía mi corazón dividido entre dos personas. Él no hizo nada (a eso iba con lo de los deseos) y las cafeterías se aproximaron más rápida que lentamente. creo que ni siquiera alcancé a pensar y eso que me da miedo ser impulsiva, porque siempre estoy detrás del error, del error persona, del error acción. a pesar de esto fui al cine, hubo besos y revolcones hasta las cinco de la mañana y bueno, ahora el escenario era un poco diferente. llegué de la mano pero no de Él, y la mano y Él se llevan mal. asuntos clausulares, dicen, pero no quiero más que solo mencionarlos. es por eso que me prohibieron, en parte, hablar con Él. en su momento no lo entendía, pero la gente se ha encargado de demostrarme que quien prohibe tenía la razón: no puedes ser amigo de alguien que le hace daño a quien tú quieres. el problema se desató después: cual sabias enseñanzas del arcipreste, en la prohibición está el engaño y Él hizo un concierto y yo fui. luego tuve tiempo libre y Él me invitó a su casa y fui. Él estaba solo. Él estaba saliendo de la ducha y yo sentía que se me escapaba la infidelidad entre las piernas. fuimos al computador y Él cantaba un par de canciones extrañas que nunca entendí. subimos a su pieza, pero luego bajamos como por culpabilidad sin hablar del motivo de culpabilidad, pero se entiende que lo sabíamos ambos. Él y yo nos sentamos en el sillón y mi pelo entre sus dedos de pronto. llamaron a Él a la casa y a mí al celular al mismo tiempo y me asusté porque era quien no quería que me llamara. no porque no lo quisiera, pero la situación me hacía titubear. cuando Él colgó vino el encuentro; el pasillo se hacía más largo hacia los lados y entre nosotros ya no había aire. pasó sus manos por mi cintura y me mantuvo ahí, inmóvil y creí que se detenía el tiempo. nos abrazamos, nada de besos. pero claro que ese abrazo era un beso, solo que sin bocas ni lenguas de por medio. eso habría sido hasta grotesco en un momento tan noble. un par de besos en las comisuras tal vez, pero no nos atrevíamos a tanto y fue mejor. después de eso no volví a ver a Él hasta después de un tiempo. entonces fuimos un día a un parque y leímos el corintios. me sentía tan segura de querer tomar una decisión que estaba asustada. ya se hizo presente la impulsividad. luego llegó la rutina, las salidas a las siete y lo que todo eso implica. ya no está la pegoticidad del verano y qué bueno, a lo mejor ahora las cosas se verían más claras. todo seguía muy extraño hasta que fue su cumpleaños y yo le escribí con un principito. se lo regalé, más bien. nos dijimos cosas lindas, semanas después nos revelamos axiomas en latín y todo seguía su curso hasta Ayer. digamos que Ayer tiene una connotación especial en esta historia. hace unos días había leído un poema de borges que hablaba de que dios quería quedarse entre los hombres y pensé en Él y se lo escribí en un papel morado con mi mejor letra. se lo entregué. Él se puso contento, pero no hablamos más de eso. al día siguiente le pregunto por lo del poema y me dijo que no le había gustado porque se burlaba de cristo. si fuese cierto yo no le habría dado a Él una cosa como esa. le pedí que me lo devolviera porque no había cumplido su objetivo. se negó. le rogué de nuevo y me dijo que el papel y la letra eran lindos y en ese momento comprendí que estaba parada frente a un niño, más bien a un computador que me conectaba con otro computador que tenía detrás a un niño, que ese Él ya no era sino un él que no veía más que lo superficial. entonces el mismo principito que le regalé se hizo más presente que nunca y le dije que lo esencial era invisible para los ojos, pues más importante que el papel y el árbol cortado era el momento mismo en el que yo había leído a borges y había pensado en su sonrisa. hoy, a las once cuarenta y cinco de la noche, soy capaz por fin de emitir un juicio ante esta duda que me persiguió durante muchos meses: hubo una exaltación de un Él que nunca existió, un proyecto barragano absurdo. entonces hoy, a minutos de que ocurra algo importante (será pronto 12 de abril y es el día en que recuerdo la ida al cine), comprobé que el amor se pone a prueba solo, que el pasto del lado es más hermoso sin gozar de buen sabor, que ya nadie me llena tanto como ese Él que vi primero -y que siempre fue el verdadero- y que no podría mirar a nadie más porque lo descubrí en una ayudantía, porque sin él estaría muerta y punto.

jueves, 10 de abril de 2008

Llamadas telefónicas


Cuando hace tanto tiempo M me dijo sobre eso yo no le entendí palabra. Eso se llama despecho, dijo, y te voy a cuidar de él. Cuando cortamos M y yo, de mutuo acuerdo y a través de una llamada telefónica, pensé que el momento en que dijo eso había sido el único en el cual fuimos realmente felices. Llamadas telefónicas sucedieron a esa en varias ocasiones, amistosas, y el despecho de esa pequeña relación se transformó en un luto que se extendió por años. No fue, como hubiera pensado, una sola sensación extremadamente desagradable. Hasta hoy me maravillo de no sentir nada tras esa larga sucesión de emociones opuestas, relativas, superpuestas, distintas todas. Incestuosas, nacidas unas de otras. Incontenibles. A diferencia de esa vez con M, la sensación manifiesta ahora, tanto tiempo más tarde, es sólo de rabia, y el luto se ha convertido en reiterados simulacros de asesinato ante la imposibilidad de enviudar de verdad. Los motivos son diferentes, igual que el personaje y su corte, pero ahí están esas palabras incomprensibles otra vez. Deseos de estrangular el aire constantes, espasmódicos. Recuerdos que se vuelven barrocos, grotescos, absurdos por completo. Cosas dichas y entendidas después, traducidas en felicidades pasadas. La sensación, entonces, se me hace absurda como la sangre que se junta debajo de algunas costras y termina por convertirse en una piedra bajo la cicatriz. Duele, y no precisamente por ser una sensación a flor de piel, sino que por convertirse en un conjunto de ideas que retornan, se acumulan y hacen daño. En mucho tiempo no hubo noche en que no levantara el auricular del teléfono esperando, con tripas y cabeza, que la voz de M al otro lado de la línea intentara explicarme qué había pasado entre una llamada y otra. Podría decirse que, al no necesitar más explicaciones sobre el tema, lo único que persiste entre nosotros es un miedo extraño y el silencio de una punta de la ciudad a la otra.

miércoles, 9 de abril de 2008

Time again, you're too late

Digamos que nunca acordamos que él viniera a morderme el cuello. Fue una cosa que salió de repente, mientras él me abrazaba por la espalda y yo tenía los brazos cruzados para tomar con mi mano izquierda su mano derecha y viceversa. Desde el día en que, aparentemente, nos hicimos amigos que hacemos lo mismo. Pero lo del cuello fue una novedad. Estuvo dos segundos recorriéndome la base del cuello con los labios y luego me acercó los dientes. Me vino un escalofrío. Lo hizo otra vez: otro escalofrío. Después se me ocurrió que lo tenía demasiado pegado a mí, siempre desde atrás. Pero fue algo muy de la guata, muy desafectado.
Me acordé de una conversación que había tenido una semana antes con una amiga, que me comentó que cada vez que uno de sus amigos le mordía un hombro entre juegos a ella le daba un escalofrío, y no fue hasta mucho tiempo después que notó, cuando una vez su novio hizo lo mismo, que eso la calentaba.
Por un momento pensé en dejarlo hacer. Después habría llegado a casa con una mancha delatora que me habría obligado a andar con pañuelos toda la semana como una estúpida (pero una estúpida satisfecha). Ahí me atacó el sentido común: la decisión era entre seguir el instinto y asumir la consecuencia o mantenerme igual de digna que antes, pero con el descubrimiento de esas nuevas ganas. Le dije que no lo hiciera. No me hizo caso hasta que pasado un rato comenzó a reírse y se dio cuenta de que se estaba entusiasmando sin base alguna. Terminamos conversando medio abrazados, yo sentada en una de sus piernas.
Tengo ganas de que me muerdan el cuello. Pero no cualquiera, no sé. No él. Después eso complica las cosas: ¿por qué es que las chicas decentes como yo tienen esa regla muda de no agarrarse a los amigos? A veces me gustaría ser más desenfadada. Quizás si saliera a bailar podría conseguirme a un incauto cualquiera para que me besara todo el camino del cuello; entonces me bajaría un ataque de risa y lo detendría ahí para que no acercara nunca su boca a mi boca, en un intento frustrado de tener la decencia que tenía la mujer bonita cuando atendía a sus clientes. Sólo que esta vez sería yo la clienta de un servicio que se entrega a cambio de nada más que unos movimientos que nunca aprendí y que me nego a aprender.
No quiero bailar. Por ahora me contento con que me muerdan el cuello.

Para cantar canciones de amor

Ya, he aquí que nace el blog. Este post no tiene nada de rosa o de antihombre: más bien, digamos que es para que aparezca algo y para que sepa qué cresta estoy haciendo con mis decoraciones rosadas. Entinten la pluma, chiquillas, y que sea una pluma igual a esa que sale delante de un poto en el libro de la Pamela Jiles.
Acá nos vengamos de todos.

Manden sugerencias para el nombre del blog. Si es necesario de ahí cambiamos la dirección y todo. Las quiero, ricas.