miércoles, 18 de junio de 2008

El problema.

Cuando en esa oportunidad me sonreí y lo conduje segura a una oficina oscura y tibia sentí miedo. Me gustaba demasiado su olor y sus manos. Frente a mí, alto, impaciente e incapaz. Más hermoso y desgraciado que nunca: siéntate que no te alcanzo.
Titubear era su placer culpable. Una fiera al fin lo tumbó en la silla y se embistió contra él. La humedad de sus besos, la intensidad de sus abrazos, sus manos, sus hermosas manos recorriendo con fuerza mis caderas y espalda. Una de las primeras veces en que sentí que no por ser mujer no tenía derecho a calentarme con alguien, y desearlo porque sí. Claro que Dios para el Día del Juicio me va a señalar y juzgar, porque claro determinó en los mandamientos, no desearás a la mujer de tu prójimo. Y bueno, yo no deseaba a la mujer de mi prójimo, pero sí a mi prójimo. Mientras mi sangre ardía y mis contoneos pedían que no se detuviera se paseó en mi cabeza la silueta de una mujer rellena y desaliñada, que esperaba a alguien, que cuando llegaba lo recibía con un beso y ese beso se convertía en una caricia, en una encerrona contra la pared, en una tocá de pierna y terminaban revolcados en una cama, mientras entre susurros el tipo decía Fer.
Me agité y me separé, tomé mis cosas y dije vamos. Yo no quería a ese hombre, lo deseaba. Aquí es cuando irrumpe brillante en mi vida la hermosa palabra infidelidad. Pero tan joven no podía ser infiel, la infidelidad es una palabra que usan los adultos, la gente que tiene casa, guaguas y sexo con alguien que no es su cónyuge. Yo no. Y nunca tuve con él; durante dos años jugamos, mentimos y nos mentimos, nació una guagua y yo besé un par de bocas, hubo distancias y acercamientos, dudas y certezas, mensajes de texto de madrugada, meils, invitaciones, conversaciones, discusiones, chocolates, más meils, hasta que descubrí que tenía frente a mí al hombre que siempre había querido, así tal cual, con todos esos defectos y las virtudes que lo acompañaban y para mi horrorosa suerte, estaba casado.
Un día se enteró que yo ya no estaba dispuesta a contemplar su vida en silencio y desperdiciar la mía por la imposibilidad de concretar nuestros deseos, y que estaba queriendo a otro. Y creyó que yo ya no lo amaba más y junto con terminar el juego se replanteó su vida. Asfixiada de egoísmo y desvergüenza no quería dejarlo, pero dijo, Fernanda, tengo una familia y la estoy perdiendo. Miro a mis hijas y lloro, en mi casa se han dado cuenta que estoy distante, lejano, que no quiero que me hablen, que quiero estar solo. Mientras haya un hilo de esperanza, yo voy a pelear por eso.
Y ahí está frente a mí, en una plaza llena de voces, el hombre de mis sueños diciéndome que me quiere y que por eso me deja, y porque él ya armó su vida y yo tengo que armarla con alguien que no esté en sus condiciones, y yo le digo que una no escoge de quién enamorarse y que no quiero perderlo. El problema no fue hallarlo, el problema es olvidarlo.

5 comentarios:

LaFeña dijo...

He leído ochenta y tres veces el texto y no me convenzo. No sé por qué siento que me desvíe de la línea editorial. :(

Miss Rydia dijo...

Qué, si acá no tenemos nada parecido a una línea editorial.
Chicas, les presento a la Fer. Me olvidé de que tenía que avisar de estas cosas, pero en fin.

Isabel (IV) dijo...

Acá la línea editorial se resume en una magistral cita

AL DIABLO CON LOS GUAPOS

Isabel (IV) dijo...

bienvenida :)

Miss Rydia dijo...

Jajaja, ES CIERTO.
Ya, queda: AL DIABLO CON LOS GUAPOS.