Siendo bien honesta, lo que pasó es que yo me salté una etapa. Yo ya no era tan chica y más seguido de lo que yo hubiera elegido me empezaba a bajar sutilmente la envidia, cuando las otras niñas hablaban de los besitos escondidos que se daban por los rincones. Eran esos tiempos en que besarse a los trece o catorce años todavía tenía algo de sorprendente. Y la envidia me bajaba sutilmente porque, entre todas, era yo la que tenía todavía eso pendiente. No en el sentido de besarse en público, sino de besarse en general. Nunca tuve recuerdos de esas cosas, aunque mi mamá dice que de chica había un niño que a veces me daba besos (y otras veces me golpeaba: el eco del orden social de media clase, de esa realidad femicida que todavía era un secreto en los noventa). La verdad de todo es que tuvieron que pasar los días hasta una madrugada de octubre a mis diecisiete años para que se me terminara la envidia de esas niñitas.
Lo que pasó es que yo me salté una etapa. Me salté esa etapa de transición en que apenas rozarle los labios a un chico era suficiente para dejarla a una sonriendo todo el día. Me salté la etapa en que besar era tan importante que con eso solamente ya se podía decir que existía una relación entre tú y ese otro. Cuando por fin ocurrió fue en un living demasiado iluminado para mi gusto, con un tipo de veinticuatro que se debatía entre tocarme por todas partes y dejarme a mí ser la que acercara finalmente mis labios a los suyos. Fue difícil, especialmente por eso de ser tan terriblemente ingenua, tan vieja y jamás besada, especialmente por estar en los brazos de uno que levanta miradas por todas partes y que tenía vestigios por todas partes de una tremenda, espantosa experiencia. Como cuando me dijo que la niña más joven con la que había andado era apenas un poco más vieja que yo. Fue difícil, pero en algún momento se pasó el miedo: y fue sólo entonces en que me salté la etapa, porque lo de jugar al cíclope fue de inmediato aprender a usar la lengua como no me hubiera imaginado nunca, porque fue inmediatamente arquear la espalda para besarlo sentada, él de rodillas, para besarlo sobre sus piernas, bajo él en un sillón, sobre él y tratando de que no rozara con sus dedos aquel que yo sabía que era mi punto débil, dejando de besarlo por un momento cuando me abrazaba tan fuerte mientras estábamos enredados sobre esa cama, y por todas partes se me escapaba eso que yo llamaba inocencia y también aquello otro de ser correcta y mesurada. Fue, en cierto modo, perder irremediablemente el control.
La última ingenuidad que me arrancaron fue aquella de besar con grandes sentimientos, un poco a la fuerza cuando un par de días después de esa madrugada él me dijo que no quería nada más, definitivamente arrancada cuando, un año y cinco meses después, se apoderaron de mí unos deseos espantosos de tocar y besar y saborear sin más, simplemente por el placer de hacerlo. Y a veces me acuerdo de ese que me hizo saltarme etapas, por la simple razón de querer averiguar si ahora que estamos los dos más grandes sería tan capaz de aguantarme a mí que lo detuviera justo cuando empezábamos a movernos más lento, más profundo, todo porque tenía yo aún algo de miedo. Me baja la curiosidad de saber si alguna vez volverá a apretarme tan fuerte que me den escalofríos por todas partes, porque eran esos abrazos los que me convencían de dejarlo hacer, de no parar. Pero el miedo entonces fue más fuerte. Ahora ya no estoy más segura. Me quedo con el sentimiento delicioso de sentirme tan mujer, una vez más, y con las palabras de una entrañable amiga que, a la mañana siguiente, me dijo: "cuando hacen eso es porque están enfermos de calientes".
2 comentarios:
esa historia es muy bonita; yo conocía gran parte de ella, pero claramente escrita de esta forma es mil veces mejor. yo creo que la mujer tiene que aceptar que siempre se va a tener que estar saltando etapas. a mí me ha costado mucho asumirlo, pero siento que lo he logrado un poco.
me dio risa lo del femicidio eso sí, jeje, es que el otro día en española hablaron de eso la chipi y la vale s. por qué pasarán cosas tan brígidas a los diecisiete?
besitos
me pasa que
al contrario de ti, Pau, esa etapa del besito se me estiró como un chicle, haciendo de la espectativa del 1313 una lata después de su magnánimo apogeo inconcluso. Creo que aún tengo un trauma con eso, no sé, no es algo que me preocupe, paradójica(lamentable?)mente. Work in progress :/
Publicar un comentario